domingo, 24 de julio de 2011

Válvula

No he leído el libro, aún, pero yo también estoy indignado.

Estoy indignado, por ejemplo, de hablar tanto y de escuchar a tantos hablando, quejándose, indignándose. Pero sin hacer nada. Estoy indignado de mi propia inmovilidad, de mi silencio. De mi pasmo ante la brutalidad, ante la obscena y descarnada y total brutalidad. Estoy indignado de mi pasividad, de estar viviendo como si nada pasara, todos los días: hablando, llenándome de noticias sobre asesinatos, sobre descabezados, sobre impunidad, y todo sólo para platicarlo, para decirme que estoy indignado, pero sin hacer absolutamente nada.

Lo sano, incluso desde el punto de vista sicológico, es que “algo” pase. Ha sido demasiada violencia, demasiado rencor. Si “algo” no pasa y nos quedamos definitivamente mudos, este país nunca, jamás va a poder salir adelante, porque traerá toda esa carga emocional encima, en eso que no entiendo muy bien pero que le llaman el “inconsciente colectivo”. Si no descargamos, de algún modo, por medio de “algo”, todo ese ruido que traemos en nuestro cerebro, toda esa indignación y ese terrible y quemante enojo, seremos definitivamente un país de autistas, de sordomudos y de zombis.

Ese “algo” sin nombre, sin programa, indefinido, es en lo que tenemos que concentrarnos para sacarlo de las sombras, para volverlo algo concreto: oxígeno puro, una válvula de escape, una inyección de vida.

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